De mayor, el Primavera Sound quiere ser joven

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Dos mujeres, Courtney Barnett y Charli CXC, protagonizan la primera jornada del festival

¿Qué quieres ser de mayor? Es una pregunta que todo el mundo se ha hecho o le han hecho. Es, en realidad, casi una broma, o un meme, si nos ponemos muy siglo XXI. Bien, pues cuando ya tenía edad para votar, o incluso para pensar en qué hacer tras acabar la universidad, el Primavera Sound se preguntó qué quería ser de mayor. Y dijo que quería ser joven. Cuando otros aún rezan porque Foo Fighters o Green Day giren cada verano para poder repicar el concepto de festival que hasta hoy funcionaba y que avanza hacia el abismo sin cuestionarse un ápice de su cansina e insostenible realidad, aquí se ha hecho del movimiento virtud, y se ha explicado, promocionado y vendido con fruición. Incluso un poco demasiado. Tiene algo de trampa todo este discurso, pero no es tanto una trampa hacia el espectador como hacia ellos mismos: han vendido como nuevo algo que ya, en casi todo, hacían. Y si hoy lo pensamos como revolucionario es porque no hemos prestado atención, o hemos comunicado como si fuera 1998 incluso en 2019.

Cartel paritario, pop, hip hop, reguetón y demás realidades que muchos han entendido como afrentas a su público objetivo. Pero no es así. No es un movimiento tan arriesgado porque, después de todo, este es un festival que pertenece a un público que, de forma intuitiva, debe entender esto. Y celebrarlo. Los que no, con todo el respeto, jamás fueron público Primavera Sound. Fueron turistas. Y dios bendiga a los turistas, nuestro PIB depende de ellos. Un cliente no siempre tiene razón, pero siempre da de comer.

Sobre las siete de la tarde del jueves, en el escenario Adidas Originals, Dream Wife, un trío femenino con sede en Londres, liderado por una islandesa, escenificaba perfectamente todo lo que se quiere contar en este Primavera Sound, un festival con un relato. Su sonido, entre el punk, el grunge y el movimiento riot grrrl, y su activismo feminista es un poco ese cruce entre vieja estética y nueva ética que hace que las cosas sean interesantes. Enchufadísimas y con la actitud de aquella persona feliz de haber sido invitada a una fiesta en la que siempre ha soñado estar, Dream Wife ofrecieron un concierto más que notable. Tienen la imagen. Tienen la actitud. Tienen las canciones. La única duda sobre su futuro es… bah, a quién le importa el futuro.

Un poco después, en el escenario Pull & Bear, Big Thief, esa banda que es la versión interesante de cuando Wilco dejaron de ser interesantes, mostraron justo la visión opuesta de todo esto. Del escenario gigante en el que estaban se quedaron solo con un rincón. Hace 20 años esto se hubiera entendido como un posicionamiento vital. Hace 10, como una pose. Hoy no tiene respuesta porque nadie hace la pregunta. Sea como sea, los de Brooklyn son una barbaridad de grupo, una entidad casi perfecta, elaborada, sensible, amigable e inteligente. En muchos aspectos pertenecen al pasado, pero en muchos más pertenecen a lo que está bien.

El primer shock casi metafísico de la jornada llega cuando se pasa de la morosidad sensible de Big Thief al hip hop expansivo de Danny Brown. En el Ray Ban, el rapero dejó de lado la parte más de resaca de su música y se entregó a un repertorio cargado de golpes. Fue una salvajada perpetrada por un señor horriblemente vestido secundado por un tipo al que le faltaba un diente y se pasó medio concierto mirando el móvil en vez de haciendo su trabajo. ¿Y qué? El pogo que se provocó en las primeras filas no lo han visto en su vida los que se otorgan el papel de notarios del binomio música-revolución. A Danny Brown, revolución le debe de sonar a un tipo de pizza de Domino’s. Y ya.

En el Pull and Bear, un rato más tarde, Courtney Barnett se convertía en la primera de las dos mejores amigas que iban a manifestarse en la jornada. La australiana triunfa porque logra que su personalidad supere lo aparentemente manido de su sonido. Sus letras son fabulosas y en directo ella sostiene un engranaje que, en manos de cualquier otro, podría irse al garete en cualquier momento. Es ese ayer que hoy nos alegra y reconforta y que, albricias, convive sin tener que hacer equilibrios con los sonidos más actuales. Si se mira fríamente, lo suyo es lo más meritorio de todo. Más que nada, porque un paso en falso o un momento de duda podría convertirla en Interpol. O en Nas, que en el Ray Ban demostró que ya se puede hacer hip hop y sonar desfasado, que ya se puede ser un icono de este género y sostenerte con muletas sobre tu legado.

Un rato después, Christine & The Queens nos explicó el mundo. Epígono de esta maravilla que es entender el pop más por el género que por el sexo, la francesa despachó un concierto notable, a ratos emocionante; a ratos, cómo decirlo, de Eurovisión. Un par de mascletás casi arruinan un juego escénico con bailarines que eran mimos, con canciones que eran abrazos y besos, con luces que eran faros. Todo lo contrario de lo que Erykah Badu entregó en un escenario de cabeza de cartel en un concierto por el que podría pedirse su cabeza. No hay palabras para describir el esperpento de esta mujer, icono de dios sabrá qué convertida en una broma más adecuada para bodas o ensayos de OT que otra cosa. Se puede ser aburrido, pero hay que saber parar antes de convertirse en irritante Ella no lo hizo. Menos mal que tras ella apareció Charli XCX, la otra mejor amiga de la noche. Lo suyo es descomunal. El mejor ejemplo de cómo el pop masivo o incluso comercial —palabras feas en el siglo XX, inocuas hoy— puede ser más peligroso que una señora como Badu, hoy útil solo para vender seguros. Charli XCX se comió el escenario, la audiencia y las dudas sobre si tener a una muchacha ahí arriba sola a esas horas y ante ese público podría funcionar. Versión de Spice Girls y dúo con Christine & he Queens. Fue salvaje. Querías irte de fiesta con ella, apuntarte a su mismo gimnasio, invitarla a ver juntos la final de la Champions. Charli XCX resume perfectamente esta nueva coyuntura en la que lo nuevo no es tan relevante por ser nuevo como por hacer bueno lo que pensábamos que era malo.

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