Lars von Trier reflexiona sobre el proceso creativo a través de la figura de un ‘psicokiller’ en ‘La casa de Jack’, la película que escandalizó en Cannes
Cada asiento de butaca que se abatía al levantarse un espectador provocaba un estruendoso «clap». En el teatro Lumière del Palacio de Festivales de Cannes caben 2.300 asistentes. Puede que no se fueran más de 100 (cálculo realizado a ojo por un periodista de Variety), pero en cascada la deserción fue sonora. Y sonada. Así comenzaba en mayo la carrera de La casa de Jack, la vuelta al certamen francés —tras ser expulsado siete años antes y considerado persona non grata por una rueda de prensa llena de mal entendidos donde afirmó: “Entiendo a Hitler”— del cineasta danés Lars von Trier. En previsión de posibles quejas, Thierry Fremáux, delegado general del festival, la había programado en la sección oficial aunque fuera de concurso. Y avisado: el público de las galas está compuesto por profesionales del cine, algunos periodistas y, sobre todo, la alta burguesía de la región. A muchos no les gustó el retrato preciso, asesinatos incluidos, de la labor de un psicokiller (Matt Dillon) durante 12 años.
Dos días más tarde, Von Trier respondía a este periodista: «Yo soy un artista, y por tanto un provocador. Me preocuparía más que nadie se hubiera movido y creo que hay mucha más violencia en otras películas y en el mundo actual. Puede que mi público haya envejecido y sea más remiso a algunas secuencias. A mí me parecía más provocadora Nymphomaniac. Tampoco es que me preocupe si el público me entiende o no. Más me asusta la corrección política». Él mismo ya se había retratado como un asesino en Occupations, un corto de 2007 del filme colectivo Chacun son cinéma.
El danés siempre replica que no se le entiende. Atraviesa, casi sin gesticular, constantemente la frontera entre seriedad y socarronería. Uno nunca sabe si está vacilando al interlocutor cuando dice: «Hice esta película porque a mi alrededor hay bastantes mujeres interesadas en los asesinos en serie por razones extrañas. Creo que esta curiosidad es muy femenina. Fíjate en las librerías: quienes más escriben sobre ellos son autoras. Yo no las comprendo». El cineasta recalca que el guion, escrito hace muchos años, de La casa de Jack —que estrena en España el próximo viernes— era más divertido: «Si ruedas una broma tienes que dejar claro que lo es, y puede que yo no haya sabido hacerlo». Ángel Sala, director del festival de cine fantástico de Sitges, donde debutó en España la película, apunta: «La violencia no es el elemento principal de la película, sino que la usa para realizar su confesión, un exorcismo personal sin arrepentimientos. Tiene, desde luego, momentos fuertes y provocadoras, pero no más que otras de Sitges. Yo creo que en Cannes la gente iba predispuesta a escandalizarse».
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Lars von Trier defiende que su protagonista no es un héroe: «Es un psicópata y como tal es retratado. Por exhibicionismo hace cosas peligrosas o estúpidas. Necesita mostrar al público sus crímenes. También me parecía importante la época en la que se desarrolla la acción». En pantalla se escucha: «¿Por qué la culpa es siempre de los hombres?» o «Las mujeres son estúpidas». El danés responde: «En la época en la que transcurre la acción, hace décadas, se pensaba así. Igual se opina en la historia de los policías. ¿Que si soy un misógino? Mire, mis películas siempre han contado, hasta ahora, con protagonistas femeninas». Cierto, en bastante de sus dramas, sus personajes principales son mujeres de gran pureza y bondad a las que la sociedad tortura y destruye. «En este caso asesina a mujeres porque son el sexo opuesto», remata.
La sociedad ha cambiado. Como apunta Sala: «Ahora sería difícil que se estrenaran películas de los setenta como Los demonios, de Ken Russell, de 1971, y eso que la produjo un gran estudio como Warner, o El exorcista. Nos hemos vuelto un poco inquisidores. Deberíamos dejarnos provocar un poco más por el arte». El danés asegura que esto no pasa en todo el mundo: «Espero que no se siga estrechando el camino por el que pueden expresarse los artistas, porque siento que está ocurriendo. Al menos en Dinamarca no ocurre, no me someten a interrogatorios». El psicoterapeuta Luis Muiño ahonda: «Tenemos un gran problema de comunicación en la sociedad occidental. No se puede decir o contar casi nada, y lo que se sale de los tópicos en el arte es censurado». Pone ejemplos: «¿Hoy podría publicarse la literatura gótica o el mismo Drácula? ¿Alguien editaría Lolita, si fuera de un autor joven y desconocido? ¿Quién produciría los filmes de los nuevos Cronenberg o Haneke?». Y prosigue: «Fuera de la cultura se nota aún más. Los pacientes me piden perdón por cosas que me cuentan. Y en terapia eso no pasaba hace una década». Muiño cree positivo hablar de esos sentimientos: «En el fondo seguimos siendo igual de cavernícolas».
Von Trier asegura que esa obsesión, esa lucha contra los demonios del artista, es la semilla de La casa de Jack: «No es un filme acerca de un psicokiller, sino sobre el narcisismo y la indagación de los límites morales. Aunque puedo incluso apoyar que matar a 64 personas, como mi protagonista, pueda ser entendido por él como arte, porque, ¿quién define qué es arte? Yo no soy capaz».