Italia espera ahora lograr la extradición de otros 33 exterroristas que lograron asilo político en países como Francia o Reino Unido
Cesare Battisti ha vuelto a pisar suelo italiano 37 años después de haber sido condenado. La noticia, coincidían todos los actores políticos del enfrentado panorama italiano, es buena para el país. Será juzgado y cumplirá la cadena perpetua que le fue impuesta hace más de tres décadas por cuatro asesinatos. Estaba en búsqueda y captura desde el mes de diciembre después de que Brasil, donde residía legalmente desde 2011, ordenara su extradición como gesto de su nuevo presidente, Jair Bolsonaro, al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini. Pero el periplo de Battisti es largo, complejo y forma parte de una herida abierta por la que supura todavía parte de la historia de Italia. De hecho, otros 33 terroristas siguen fugados aprovechando doctrinas de países como Reino Unido o Francia, que les concedieron asilo si renunciaban a las armas.
Battisti fue detenido el sábado en Bolivia, donde había escapado al terminar la protección que le había brindado durante años Brasil, y llegó el lunes al aeropuerto romano de Ciampino, desde donde fue traslado a la cárcel de Cerdeña. El exterrorista, como aseguró uno de los hijos de Bolsonaro, es un “regalito” que le manda el mandatario ultraderechista a Matteo Salvini. Por ello, y porque la foto valía miles de clics en redes sociales, el ministro del Interior esperó a que Battisti bajase las escalerillas del Falcon 900, rodeado de agentes, sin esposar con la cabeza alta y una leve sonrisa.
En el aeropuerto había policías armados hasta los dientes, helicópteros sobrevolando la zona y francotiradores en los tejados. El dispositivo de seguridad no parecía el de un viejo prófugo que vivió en Francia, donde llegó a ser un exitoso autor de novela negra, y Brasil durante tres décadas sin necesidad de esconderse gracias a la protección de sus presidentes: primero de François Mitterrand y luego de Lula da Silva y Dilma Rousseff. Una protección dolorosa para las víctimas de Battisti, que el lunes celebraron por todo lo alto su detención.
A pie de pista, también quiso hacerse la foto el ministro de Justicia, Alfonso Bonafede, clave para el proceso de extradición. Pero Salvini, que volvía a llevar puesta una chaqueta de la policía, ya había monopolizado el éxito. De hecho, el líder de la Liga dio una rueda de prensa en la propia pista del aeropuerto. «Quien se equivoca paga e Italia es un país soberano, libre, respetado y respetable y esta captura significa que hay un cambio de mentalidad en el mundo y que después de 37 años hemos podido capturar a un delincuente, a un infame, a un asesino, a un bellaco que nunca ha pedido perdón», proclamó el ministro.
Battisti, que inicialmente tenía que ingresar en la cárcel de Rebibbia, fue conducido a una dependencia policial del aeropuerto y trasladado a la prisión de Oristano, en la isla de Cerdeña. Un cambio de destino decidido por motivos de seguridad y por la posible coincidencia con presos cercanos a Battisti, que cumplirá su cadena perpetua sin beneficios penitenciarios. Estará solo en la celda y permanecerá aislado durante seis meses. Una situación que habría evitado si hubiera sido extraditado desde Brasil, debido a un acuerdo bilateral de 2017 que conmuta esa condena a 30 años de prisión.
El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, explicó que había mantenido una conversación telefónica con Bolsonaro en la que se acordó extraditarlo directamente desde Bolivia y no desde Brasil, a pesar de que el presidente quería que el reo pasara por Brasilia. El lunes, su hermano Vincenzo volvió a defender su inocencia: «Los procesos se hicieron sin que él pudiera comparecer. Para mí no ha matado a nadie».
El exmiembro de Proletarios Armados por el Comunismo (PAC), uno de los grupos terroristas de extrema izquierda en los años de plomo italianos, se refugió en Francia en 1990, donde vivió once años como refugiado político gracias a la ley de Francois Mitterrand que daba refugio a exterroristas de izquierda que hubieran renunciado a las armas (todavía quedan decenas de aquellos prófugos). En 2004, cuando este país se disponía a revocar su condición de refugiado político, viajó a Brasil, donde fue detenido una primera vez en 2009, pero la Justicia brasileña y sobre todo el entonces presidente, Lula da Silva, se negaron a entregarle.
Battisti jamás vivió escondido. Al contrario, pudo llevar una vida completamente normal y gozar de un cierto prestigio en determinados círculos de la izqueirda. Sin embargo su situación empeoró durante el Gobierno de Michel Temer, que el pasado diciembre firmó el decreto para su arresto cuando la Corte Suprema brasileña ordenó su detención «inmediata» con la finalidad de extraditarlo, provocando su última gran huida. Fue detenido en estado de embriaguez y sin apenas oponer resistencia.