La Cámara de los Comunes retomará el próximo miércoles el debate sobre el acuerdo del Gobierno con la UE, que fue aplazado en diciembre ante la falta de consenso
Si el equipo de May confiaba en que la Navidad atemperara los ánimos de los euroescépticos, diera tiempo para la reflexión a los indecisos y suavizara la firmeza de Bruselas, ya ha tenido tiempo de comprobar que la estrategia no ha funcionado. “Realmente, no puedo creer que el Gobierno haya sido tan estúpido. El problema durante todo este tiempo ha sido que mientras nuestros negociadores se han comportado con la UE como si fueran amigos, ellos nos han tratado como adversarios”, escribía este domingo Ian Duncan Smith, exlíder del Partido Conservador y una de las voces antieuropeas más agresivas, en las páginas del Mail on Sunday.
Compartía espacio en el mismo diario en el que la primera ministra realizaba su enésima apelación a la sensatez y pedía apoyo a su plan del Brexit. Utilizaba los mismos argumentos que ha repetido machaconamente durante las últimas semanas y que no le han servido para asegurar una mayoría de respaldo. Su propuesta, aseguró, servirá para dar cumplimiento a la decisión de los ciudadanos británicos en el referéndum de 2016 y protegerá al mismo tiempo los empleos de la industria británica. Frente a los que piden una segunda consulta o a los que quieren abandonar la UE de una vez por todas, a las bravas y sin acuerdo, la primera ministra elevó el tono de agresividad de su mensaje: “Ambos grupos están motivados por lo que creen que sirve mejor a los intereses del país. Pero ambos deben darse cuenta del riesgo en que colocan a nuestra democracia y al bienestar de nuestros ciudadanos”.
Además, en una entrevista este domingo con la BBC, May ha admitido que no cree que “nadie pueda decir exactamente qué ocurriría si el acuerdo del Brexit es rechazado”. Y ha añadido que si al final no hay consenso para salir de la UE, Reino Unido se adentrará en un “territorio inexplorado”.
May no tira la toalla. Durante los próximos días recurrirá al miedo, disfrazado de prudencia. A las presiones, presentadas como diálogo. Y a las tácticas parlamentarias, camufladas como nuevas cesiones. El Departamento de Transporte pondrá este lunes en marcha en los alrededores del puerto de Dover, punto de entrada de las mercancías procedentes del continente, un supuesto ensayo de respuesta ante la posibilidad de que el 29 de marzo Reino Unido abandone la UE sin acuerdo.
Un total de 150 camiones de mercancía pesada se concentrarán en plena hora punta, a las ocho de la mañana hora inglesa, en el aeropuerto de Manston, inactivo desde hace cuatro años, para comprobar la eficacia de las medidas diseñadas en previsión de un colapso en el tráfico. El Gobierno defiende este ejercicio como una muestra de sensatez, pero la imagen puede ser más aterradora que cualquier discurso.
Al mismo tiempo, los líderes parlamentarios conservadores preparan una enmienda, que podría votarse este mismo martes, por la que se condiciona la aprobación del acuerdo del Brexit a que la Cámara de los Comunes se reserve el derecho a sacar unilateralmente a Reino Unido de la unión aduanera. Para ello, debería advertir de la decisión con un año de plazo. El efecto de esta enmienda, si fuera aprobada, sería doble: convencería a los diputados euroescépticos y a los unionistas norirlandeses del DUP de que el llamado backstop, la salvaguarda irlandesa impuesta por Bruselas, no ata para siempre a Londres a las reglas comunitarias. Y demostraría a la UE de que existe una mayoría en Westminster dispuesta a llegar a un acuerdo siempre que la otra parte esté dispuesta a ser algo más flexible.
“Esa aprobación condicionada no sería suficiente para que el Gobierno sacara adelante su plan, pero bastaría para demostrar a la UE que existe una mayoría suficiente para concluir con éxito este proceso si ellos están preparados para ceder algo más”, explicó Nikki da Costa, exdirectora para Asuntos Legales de Downing Street y todavía muy vinculada al equipo del Ejecutivo responsable de la estrategia.
El miércoles se reanudará el debate parlamentario sobre el acuerdo, después de que Theresa May decidiera suspender la votación el pasado diciembre presa de un ataque de pánico ante una derrota que iba a ser masiva y humillante. Entre este lunes y el martes, la primera ministra se reunirá mano a mano con decenas de diputados conservadores euroescépticos o indecisos, así como con laboristas dispuestos a echar una mano al Gobierno con tal de evitar un Brexit sin acuerdo que traería a Reino Unido el caos económico, según todas las previsiones. El laberinto de intereses cruzados en que se ha transformado la política británica ha creado aliados insospechados. Diputados laboristas y conservadores preparan una nueva enmienda que puede bloquear la actividad del Gobierno, al prohibir que el Tesoro británico gaste una sola libra en los preparativos para una salida sin acuerdo sin contar con la aprobación del Parlamento.