El archivo Juan Benet entra en la Biblioteca Nacional con 29 manuscritos, cartas, agendas y fotografías componen un legado fundamental para comprender la literatura española del siglo XX
Juan Benet mantuvo siempre un pie en alguna de las presas que construía por España y otro en el caudal de su literatura. Hasta su muerte en 1993, con 65 años, perfeccionó esa dualidad sin descanso: ingeniero de caminos canales y puertos, además de escritor. Matemática, plano, cálculo, escuadra y cartabón junto a palabra, estructura literaria, pluma, apuntes y libros. De sus más de 30 obras, estos próximos meses entrarán en la Biblioteca Nacional (BNE) 29 manuscritos, artículos, 2.000 cartas, 21 agendas, 4.000 fotografías y una biblioteca con volúmenes anotados y subrayados por él como un mapa en el que rastrear influencias y estilos para una de las figuras fundamentales en la narrativa del siglo XX.
Desde su fallecimiento, sus cuatro hijos han querido que su obra y los documentos que ayudan a entenderla quedaran en la Biblioteca Nacional. Será próximamente, una vez se haya formalizado su compra por parte del ministerio de Cultura, que va a cifrarse en 320.000 euros: “Es el mejor lugar, siempre lo hemos considerado así”, asegura su hijo Ramón. Lo dice nada más haber visto salir en cajas una gran parte. Algunas desde la casa de Zarzalejo, en la Comunidad de Madrid y otras en la suya y las de sus tres hermanos. “Ha sido duro despedirse de todo esto, pero es la mejor decisión”.
No ha sido fácil. Pero desde que hace tres años, José María Lasalle, antiguo secretario de Estado con el PP, desatascara las negociaciones para que Cultura adquiriera el legado, todo ha ido por buen camino. Hoy, Ana Santos Aramburo, directora de la BNE, celebra que vaya a recalar en la institución a falta de cerrar totalmente el acuerdo. También pendientes de su catalogación y estudio pormenorizado entre el equipo de la Biblioteca Nacional y los responsables de la subdirección general de la protección del patrimonio histórico, encargados de hacer la compra: “Hasta ahora sólo hemos podido examinar algo los libros, que ya han llegado a nuestra sede. En ellos encontramos dedicatorias muy especiales y anotaciones propias que nos van a servir para conocer mejor sus influencias y su formación”, comenta.
Los papeles, imágenes y manuscritos componen una fuente rigurosa para biógrafos y estudiosos de su figura junto a la generación a la que perteneció. La obra se conserva mecanografiada por Benet fiel a las dos épocas de las que llegó a hablar con su ironía y un específico sentido estético muy propio. Distinguía entre dos, según las máquinas de escribir que utilizaba: “Novelas y ensayos de la etapa Halda y de la Facit. La primera comprende más o menos hasta Un viaje de invierno (1972) y el resto, de ahí en adelante, con títulos fundamentales como Saúl ante Samuel, En la penumbra o Herrumbosas lanzas”, comenta Ramón.
La limpieza, el esmero y el orden lo definieron: “Fue muy meticuloso, parecía consciente del valor que atesoraba. Conservó todos los borradores que uso. Varían en número, según la obra. De Volverás a Región hizo tres, de Nunca llegarás a nada, en cambio, tenemos uno”. Cada cual con sus correcciones y tachaduras o cambios pertinentes, encuadernados por él mismo y numerados, como los artículos: “La producción literaria total, entre novelas, sus ensayos y obra periodística, asciende a unos 700 textos”, asegura Ramón Benet.
Las agendas también representan toda una brújula en su entorno. “Conservamos 21 entre los años 1957 y 1991”. Estos documentos no son un mero listado de citas y compromisos. Resultan un híbrido que puede servir de diario, con numerosos encuentros y valoraciones de los mismos. Aclaran muchas pistas sobre su vida, su carrera y sus relaciones, que iban del mundo literario –toda la generación del 50 y posteriores- al artístico, el de su faceta de ingeniero y arquitectos o al taurino, con amigos íntimos, como los hermanos Dominguín. También las fotografías, retratos e instantáneas de una personalidad aguda, elegante y festiva, muy dado a subir al monte trajeado o a tirar de muecas en sus múltiples celebraciones.
Pero al Benet social le complementa el íntimo. Sobre todo en las cartas. Una de las joyas del legado es la correspondencia que mantuvo con su primera mujer, Nuria Jordana, madre de sus cuatro hijos y muerta en 1974. “Mis padres eran primos hermanos. Ella se fue al exilio junto a mis abuelos, que estuvieron muy ligados al catalanismo y al mundo republicano, y ahí comenzaron a escribirse. Fue una costumbre que mantuvieron toda la vida, porque las 800 cartas llegan prácticamente hasta la muerte de ella”, asegura Ramón. La tragedia sobrevino cuando Nuria no pudo con sus fantasmas y se suicidó tras años de esquizofrenia. “Aquello destrozó a mi padre y a nosotros también”.
Las cartas representan la cartografía ciclotímica de una relación. Del entusiasmo de los primeros años a la frialdad de las simples indicaciones finales, en las que alude a temas domésticos y de gastos. Pero en sus inicios demuestran que Nuria Jordana supuso todo un empuje a su carrera literaria: “Me pides una novela, nada menos. Yo no sé si te das cuenta de que hacer una novela es bastante más gordo que una carrera. Pero te la voy a hacer y buena…”, escribe Benet a su entonces novia en 1951.
Lo hace junto a un dibujo, entre idílico y de puro viñetista humorístico en que se retrata a sí mismo ante la máquina de escribir con ella vigilante, dándole aliento. Pruebas y pistas sobre una de las trayectorias que cambió en panorama literario en el siglo XX y montó una corriente de la que aún beben muchos de sus discípulos en el XXI.