Un independiente apoyado por la Liga vence en un pueblo calabrés convertido en símbolo de la multiculturalidad
Mimmo Lucano era un héroe. Un idealista, un político de esos que parece que hace lo que le da la gana siempre, porque suele coincidir con lo que quiere la gente y es justo. Pero ahora está arrinconado. Cansado, algo desencajado, espera en una cafetería a algunos kilómetros de Riace, el pequeño pueblo calabrés de 1.800 habitantes que convirtió durante los 15 años que gobernó en un laboratorio social y político para acoger e integrar a cientos de inmigrantes. Aquí vinieron el cineasta Wim Wenders, músicos y políticos como Ada Colau para admirar su obra. “Ahora soy el derrotado… ¿qué quieres que te cuente?”, musita. Lucano está imputado y ni siquiera puede pisar el término municipal de Riace. El juez se lo prohibió después de acusarle de favorecer el tráfico ilegal de personas. Matteo Salvini, convertido en su enemigo número uno, aprovechó la jugada. El domingo pasado, una lista apoyada por el líder de la Liga, se hizo con el Ayuntamiento y confirmó el imparable avance de la ultraderecha en el sur de Italia.
La historia de Riace sintetiza los cambios sociales y políticos que el fenómeno migratorio ha provocado en Italia en la última década. La parte antigua del pueblo, todavía llena de murales de colores a favor de la multiculturalidad, llegó a acoger a unos 600 migrantes en 2017. Un proyecto ideado por su alcalde y financiado con dinero público que permitió integrar a una población acostumbrada hasta entonces a vagar por los centros de acogida institucionales esperando una oportunidad para cruzar de nuevo la frontera. La idea era transformar el modelo institucional de centros de integración en una experiencia real que proporcionase autonomía a los recién llegados. Tenían moneda propia, abrieron talleres de artesanía, fundaron sus escuelas, recuerda Lucano. El pueblo estaba a punto de tener su propia red hídrica para desprivatizar el agua. Puede que se mezclase excesivamente lo público y lo privado, critican algunos detractores.
Lucano, un tipo carismático y de fuerte carácter, exprofesor y activista por los derechos humanos, gobernó durante tres mandatos. No podía volver a presentarse, pero formó una lista que el domingo cayó derrotada ante otras dos. Él ni siquiera logró entrar como concejal en la oposición. Es verdad que la izquierda se dividió, también es cierto que en los pueblos se vota por simpatías, como recuerda Lucano. Pero el patrón se repite a lo largo del sur de Italia. También en otros lugares simbólicos como la isla siciliana de Lampedusa, hasta donde voló el propio papa Francisco tras el dramático naufragio del 3 de octubre de 2013 y que ahora también gobernará la Liga.
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El partido de ultraderecha, a lomos de una infalible receta de trumpismo mediterráneo -bajada de impuestos, rechazo a la inmigración, nacionalismo antiglobalización-, ha doblado el número de votos obtenidos en las elecciones legislativas de hace poco más de un año (ha pasado del 17% al 34% de consenso: le han votado 9.153.384 ciudadanos italianos). Conquistado el norte, debía pensar en el sur. Quería desbancar al Movimiento 5 Estrellas, su socio en el Ejecutivo, y gobernar en solitario. En Rosarno, feudo de la ‘Ndrangheta, ha ganado Salvini. En zonas como Calabria -el ministro del Interior es senador por la región-, Puglia o Basilicata, la Liga, un partido que durante años llamó paletos a sus habitantes, roza la victoria. Visto el entusiasmo que despierta ahora en Riace, es solo cuestión de tiempo que se imponga.
Francesco Capece, 50 años, se incluye entre sus nuevos fans. El miércoles pasa la tarde sentado en una silla de plástico junto a otros vecinos. Chándal, gorra azul marino y manos en los bolsillos. Entra y sale del bar mientras echa un vistazo de reojo a una partida de cartas. Fue votante de Lucano dos veces, pero se cansó. Su esposa, su hijo y él viven de la pensión de su madre. Cuenta que fue a pedirle ayuda al alcalde cientos de veces y le ignoró. “Pensaba más en los de fuera que en nosotros. Yo no soy racista, pero en una casa los hijos van primero”. Giusi, su pareja, asiente y pide la palabra. “No tenemos nada y aquí había gente que no pagaba luz ni agua y, encima, recibía 500 euros al mes. Al día siguiente de llegar ya llevaban zapatillas de marcas y un iPad. Nosotros, si no fuera por mi suegra, esta noche no cenábamos”, gruñe.
Salvini nunca pudo pisar Riace. Este era el feudo de sus enemigos, un modelo que ensalzaron artistas o escritores como Roberto Saviano y que se convirtió en el símbolo de la resistencia. Para el líder de la Liga era territorio vedado. Hoy sucede lo contrario y quien no puede pisarlo es Lucano. El nuevo alcalde, Antonio Trifoli, un independiente que admite haber votado a la Liga, dice que le invitará pronto. Su lista ha recibido el apoyo del partido del ministro del Interior, que ha vendido la conquista de Riace como un trofeo de caza. Pero él, que fundó en 1999 con Lucano el proyecto Ciudad Futura, que derivó en ese modelo de acogida, no cree que su victoria se deba al rechazo a la inmigración. “El alcalde tiene que ocuparse de las necesidades de todos los vecinos. Ha influido la mala administración. Llegó mucho dinero -el Gobierno dio durante años ayudas a entidades privadas que organizaran-, pero si aquí no había trabajo para los que vivían aquí, cómo iba a haberlo para ellos”, señala Trifoli, que hasta hace una semana ejercía como policía local.
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Hoy en Riace solo quedan una veintena de migrantes en el pueblo, aquellos que tienen trabajo y son autónomos. El modelo de integración ha sido completamente desmantelado. Los fondos quedaron bloqueados ya en tiempos del anterior ministro del Interior, Marco Minniti (PD), y muchos de los vecinos que habían regresado atraídos por la posibilidad de un trabajo, volvieron a marcharse. Todos, incluido el alcalde, esperan que el voto a la Liga se perciba en la cuenta bancaria del ayuntamiento. Ese ha sido uno de los argumentos, explican los vecinos, que le ha empujado a cambiar de barco. Pero los partidarios de Lucano están descompuestos. Creen que la derrota tiene diversos factores. La división de la izquierda, pero también el exilio del exalcalde y la imposibilidad de hacer campaña. Giancarlo Musuraca, desempleado de 43 años, está seguro de que muchas de las personas que volvieron a Riace atraídos por el modelo de Lucano, se volverán a marchar. “Esto era un desierto y él lo repobló. No entiendo cómo ha podido pasar. Se notaba que había algo de rechazo. Pero que gane la Liga aquí y en el sur es insólito”. Hasta el domingo pasado.